domingo, 22 de agosto de 2010

Algunas recomendaciones castellanas

Tras un breve recorrido por Castilla y León, aquí van algunas consideraciones sobre restaurantes en los que he comido durante estos días y que merecen comentario.

Casa Florencio, en Aranda de Duero
c/ Isilla, 14
Aranda de Duero (Burgos)
Tel. 34 947-50.02.30
Ya había estado en varias ocasiones en Aranda de Duero, comiendo en buenos restaurantes de la ciudad. Y esta vez creo que he encontrado el definitivo. Quizá no sea el mejor de todos ellos; por supuesto, no es el más sofisticado, ni el que más variedad de platos ofrece, pero por primera vez tuve la sensación de disfrutar completamente con la comida y aún puedo recordar el sabor intenso y a la vez aguado del lechazo al horno que nos sirvieron. De hecho, es la especialidad de la casa, el plato típico y el que más cocinan. Tienen un menú de 30 euros de lo más completo, que incluye los inexcusables entrantes (morcilla de arroz, chorizo cocido, pimiento asado...) y un cuarto de lechazo asado al horno con agua, acompañado de una ensalada, además de postres, vino de la casa y agua. El vino de la casa no es malo, pero los precios de las otras marcas no están exageradamente inflados y tienen una buena carta, de modo que, si se quiere hacer un extra en ese sentido, tampoco se disparará tanto el presupuesto. Es una cocina sencilla, en la que lo que manda es la materia prima. Y ésta, en Casa Florencio, es excelente. El trato es muy amable, y el local, de estilo rústico, acompaña bien la comida. A la entrada del restaurante hay un pequeño espacio de venta de productos de la zona (sin ser exageradamente turístico), como el lechazo, las morcillas, el chorizo, una amplia gama de vinos de Ribera de Duero e incluso el típico pan redondo y chato que se sirve con este tipo de menú.

Los Caprichos de Meneses, en Zamora
Plaza San Miguel, 3

49015 Zamora
Tel. 34 980-53.01.43
Este ha sido un descubrimiento curioso. Bueno, como la misma Zamora, que no conocía y me sorprendió por la belleza de su centro y del núcleo histórico. Los Caprichos de Meneses está en el centro del centro de Zamora y, aunque es también restaurante, nosotros sólo probamos las tapas que se comen en la barra y en las pequeñas mesas adyacentes. Visto lo visto, la verdad es que me quedé con las ganas de probar la comida, digamos, "seria", aunque las tapas que nos sirvieron no son ninguna broma. A pesar de algunas elaboraciones que me parecieron demasiado sofisticadas para lo que era el resultado final, el conjunto es muy recomendable. Desde luego, se trata de tapas de autor, cocinadas con buena materia prima e imaginación, presentadas con esmero y servidas con mucha amabilidad. Incluso en las copas de vino se aprecia la mano de alguien a quien le gusta ofrecer calidad. El blinis de foie, el milhoja de bacalao, el mejillón en suspensión, las tostas con mouse de boletos o de queso y, sobre todo, con solomillo, y cualquiera de las raciones, desde el jamón ibérico al pulpo, son algunos de los pequeños y exquisitos platos que pueden degustarse en este local tan recomendable como la ciudad que lo aloja. Y todo ello, con copa de vino o cerveza incluida, por poco más de 20 euros por persona si se trata de un número de tapas suficiente como para una buena cena.

El Pecado, en Salamanca
Plaza Poeta Iglesias, 12
37001 Salamanca
Tel. 34 923-26.65.58
El restaurante El Pecado de Salamanca llama la atención por su nombre, por la decoración que se intuye desde el exterior –moderna, original y con gusto– y que se confirma en el interior, y por dos fotografías expuestas en la entrada, que documentan la visita de dos ilustres personajes, Ferran Adrià y Pedro Almodóvar, aunque de hace ya bastantes años.
Pues no hay que dejarse engañar por nada de eso. La realidad, a la hora de comer allí, es diferente a lo que parecen prometer los nombres de sus platos. Es una cocina pretendidamente de autor que, además, por desgracia, se ha quedado anclada en los antiguos experimentos con lo dulce y lo salado. El farinato de Salamanca, por ejemplo, es un embutido muy especial, que puede no gustar en absoluto como me pasó a mí, pero que, desde luego, regado con miel, tal como me lo sirvieron en El Pecado, no parece el mejor modo de apreciarlo. Una perdiz de dos cocciones dura, seca y sin ninguna personalidad, y una lasaña de torta del Casar con un jamón casi incomible, son otros de los platos que nos sirvieron un par de camareros (un chico y una chica) que no parecían tener ni idea de lo que hacían. Claro que esto último (y quizá todo) podría deberse a la fecha, agosto, y a una mala elección de los sustitutos de los titulares. Pero más de 50 euros por persona por una comida como esa es demasiado como para arriesgarse a intentarlo de nuevo en horario no vacacional.

domingo, 4 de abril de 2010

Can Jubany, ¿sobrevalorado?

Can Jubany
Ctra. de Sant Hilari, s/n
08506 Calldetenes
Tel. 34 93-889.10.23

Se ha puesto de moda. Can Jubany se ha puesto muy de moda. No sé si es por la proyección mediática de su responsable, el cocinero Nandu Jubany, cuya simpatía le ha permitido ser protagonista con éxito en secciones especializadas de Catalunya Ràdio y de TV3, por la estrella Michelin que ostenta (ahora parece que las estrellas son lo más), o sencillamente porque los "modernos" de Barcelona han puesto sus ojos en él. El caso es que es uno de esos restaurantes de los que casi todos hablan y que aparece día sí día también en las conversaciones sobre gastronomía.

Qué le voy a hacer. No soy inmune a tanta propaganda, de modo que hace unos días decidimos ir a comer allí.

El local es agradable y bastante bonito: una antigua masía cerca de Vic, ahora aprisionada por un nudo de carreteras, aunque en su momento debió de tener un entorno muy campestre y tranquilo. Del interior sólo puedo hablar del comedor que aún está habilitado para fumadores: mesas –pocas– bien distribuidas, en una sala luminosa y cercana a la cocina, bastante acogedora y con una decoración nada estridente, salvo un mueble blanco en el centro que desentonaba con todo.

El servicio es atento y, afortunadamente, no sigue las pautas de los nuevos restaurantes barceloneses con una estrella Michelin e ínfulas de muchas más. Todo el mundo hace de todo y no te dan lecciones de nada. La sumiller no te aconseja si no te ve con ganas de que lo haga, y recoge los platos vacíos de las mesas, igual como lo hace la persona que te toma nota. El mismo Nandu Jubany entra en el comedor y sirve a los comensales si es necesario. El trato es cordial y nada afectado, lo que, por lo menos, te permite comer con comodidad.

La carta es lo bastante extensa como para encontrar platos apetecibles. Hay un menú de temporada y, cuando nosotros fuimos, ofrecía también el inevitable menú de trufa que parece obligado en todo restaurante que se precie cuando es tiempo de este hongo. Nosotros nos decidimos por la carta, y el resultado fue bastante decepcionante, a excepción de uno de los primeros, canalones de pollo "de siempre", que estaban muy buenos, de gusto suave y con una bechamel finísima. El resto no parecía estar en consonancia ni con la fama que precedía al restaurante, ni con la calidad que se le supone a una estrella Michelin ni, desde luego, con el precio del producto. El arroz con espardenyes, muy fuerte de gusto, aunque, eso sí, muy en su punto, igual que las espardenyes. El pulpo a la brasa nos sorprendió un montón: ¡estaba duro! Y eso sí que no tiene arreglo; si nadie en la cocina es capaz de detectar una cosa así y retirar el plato de la carta, es que hay alguna fase del control culinario que se escapa. Después, un lomo de ciervo sin demasiada personalidad y muy hecho, también un poco fuerte de gusto. Y, para acabar, unos buñuelos rellenos de crema catalana, pero tan líquida e insípida que más parecía crema inglesa.

Alguno podría pensar que nos pasó lo típico: no aciertas con lo que has pedido pero sabes que otro día, con otros platos, puedes pasarlo mejor. Pero no va por ahí. La sensación era más bien que la cocina fallaba, y lo hacía tanto que ya ni siquiera era una cuestión de precio, ni de expectativas. Es que no apetece volverlo a intentar.

¿Una segunda oportunidad? No creo.

martes, 5 de enero de 2010

Peixerot, buen pescado, buen arroz

Peixerot
Passeig Marítim, 56
08000 Vilanova i la Geltrú
Tel. 34 93-815.06.25

Aunque exiten dos Peixerot, uno situado en Vilanova i la Geltrú, el original, y otro en Barcelona, y puedo suponer que el tipo de comida es el mismo en ambos restaurantes, el de Barcelona no lo conozco, de modo que voy a hablar sólo del de Vilanova.

Es un restaurante antiguo, con casi 100 años de vida, y presume, porque puede, de poner en la mesa de sus clientes los mejores productos de la lonja de Vilanova. A lo largo del tiempo ha experimentado varias remodelaciones, como cuando abrió un nuevo comedor en el primer piso del local, pero lo que no ha modificado en todos los años que hace que lo frecuento es la calidad de sus platos.

Como excelente restaurante marinero que es, el Peixerot cuida especialmente el marisco, el pescado y los arroces que sirve a sus comensales, basados en una materia prima de gran calidad: el pulpo (presentado a la gallega y también con una mayonesa de mostaza muy sabrosa), las croquetas de pescado, el arroz caldoso, la paella, las albóndigas con bogavante, el suquet, la bullabesa y, por supuesto, las gambas, la langosta (para aquellos a los que les guste), las tallarinas, las cañaíllas... Todo un surtido de productos del mar, cocinados de manera exquisita y servidos con amabilidad y eficiencia.

El local, situado frente al puerto deportivo, es agradable y acogedor, sobre todo el comedor de la planta baja, en cuyas paredes varios cuadros rememoran el ambiente y los baños de mar de principios del siglo XX y te hacen pensar en la vida que, en aquella época, llevaban los privilegiados que podían veranear en localidades marineras como Vilanova y Sitges.

El precio es muy variable, como sucede normalmente en los restaurantes de este tipo, ya que depende del marisco que se quiera comer. Pero unos entrantes tipo croquetas, o pulpo, o cañaíllas, y un arroz a la marinera, con vino, postres y café, suele salir por unos 50 euros por persona. De todos modos, el Peixerot se ha adaptado a los tiempos que corren y ofrece algunos menús a muy buen precio que permiten disfrutar de su cocina sin un gasto excesivo, como el llamado Club Paella, con el que, por 25 euros, se puede degustar el tradicional xató y una paella, e incluye el postre, café y bebida.

Un lugar excelente, pues, al que acudir para comer buen pescado y buen arroz, y que permite, después, dar un agradable paseo por la larga playa de Vilanova (siempre que no sea en los meses de verano, claro). Conviene reservar mesa, pues los fines de semana, incluso en pleno invierno, suele estar bastante concurrido.

jueves, 31 de diciembre de 2009

Indochine, un oriental sorprendente

Indochine Ly Leap
c/ Muntaner, 82
08011 Barcelona
Tel. 34 93-451.17.96

Indochine
c/ Aribau, 247
08021 Barcelona
Tel. 34 93-201.99.84

(Nota: éste va a ser un post algo largo. Me apetece explicar cosas sobre estos dos restaurantes y salirme un poco de la pura descripción del local o de la valoración de comida. Afortunadamente, nada obliga a nadie a leerlo más allá de su paciencia.)

Hay dos restaurantes que se llaman Indochine en Barcelona, ambos del mismo propietario, Ly Leap, que firma sólo en el nombre del de Muntaner, abierto hace poco más de un año.


El otro Indochine, el que está en la calle Aribau esquina con Madrazo, es más antiguo, aunque no mucho. Puede que tenga siete u ocho años, no lo sé exactamente. Hace más o menos ese tiempo yo pasaba cada día por delante del local en el que lo estaban instalando, de camino hacia mi trabajo, de modo que cada mañana observaba con curiosidad cómo el espacio diáfano que se podía ver a través de las grandes cristaleras que daban a la calle se iba llenando de troncos de bambú, enormes macetas con plantas tropicales, pequeñas esculturas budistas de tipo camboyano o tailandés y todo lo necesario para convertir aquello en un pedacito del sudeste asiático. Algunos días, veía llegar un elegante y caro BMW, que aparcaba justo delante de la puerta del local y del que descendía un hombre de aspecto indio o paquistaní que parecía ser el que controlaba las obras. Yo, entonces, no tenía ni idea de qué tipo de negocio se estaba instalando allí (en medio de aquella especie de jungla tropical no se distinguían ni mesas ni sillas) y para mí era toda una diversión intentar adivinarlo. Cuando por fin estuvo listo, pusieron el nombre en la puerta, Indochine, y tuve claro que se trataba de un restaurante, me propuse visitarlo lo antes posible.

Fuimos en varias ocasiones. La comida estaba bien, aunque mi mirada de occidental que no ha visitado los países de referencia de la cocina del Indochine no sirve como garantía de que ésta mantenga cierta pureza respecto a los platos originarios de allí. El local, desde luego, es atractivo, con tantas plantas y flores, pero resultaba un poco estresante comer en aquel restaurante ya que el servicio iba tan rápido que te retiraban el plato casi sin esperar a que acabases de masticar el último bocado de lo que te habían traído. No eran comidas tranquilas, así que dejamos de ir. Por eso no recuerdo cuánto costaba ni sé lo que cuesta ahora.

A principios de 2009 leí que se inauguraba en Barcelona otro restaurante llamado Indochine, del mismo propietario que el anterior, y que era muy original por su decoración, espectacular según decían. De modo que decidimos probarlo.

Es espectacular, sí. Muy espectacular. La entrada, que no deja adivinar nada de lo que vas a encontrar en el interior, da a un largo pasillo con una barra de bar formada por un enorme tronco de árbol tropical. El pasillo desemboca en un gran espacio diáfano en el que primero encuentras unas mesas de estilo occidental para pasar, de inmediato, a una especie jardín tropical. En el centro se alza una especie de glorieta, con varias mesas en su interior, que reproduce la arquitectura de una sencilla casa tailandesa o camboyana o vietnamita abierta a los cuatro vientos (es un decir). Un poco más allá, en un gran cubo de cristal, se encuentra la cocina, toda en acero, limpia y atrayente, a la vista de todos. Y alrededor de estos elementos está el auténtico restaurante: las mesas bajas, rodeadas de pequeños estanques conectados entre sí, llenos de agua, flores de loto y peces de colores. Varios pasillos flanquean las mesas, y los comensales se sientan en el suelo de madera, pero las mesas están instaladas en unos cubículos a un nivel inferior, de modo que la piernas cuelgan como en una silla de altura normal. No es incómodo; sólo debe de serlo para los camareros, que tienen que agacharse para dejar y retirar los platos. Y, a todo esto, hay que sumar grandes plantas tropicales por todos lados, pequeñas macetas con las inevitables orquídeas, velas, cascadas de agua, y relieves orientales con dioses acostados y otros elementos típicos del sudeste asiático.

En cuanto a la comida, como era de esperar, pueden encontrarse platos de toda la zona de la antigua Indochina, muchos de ellos con el coco como materia prima protagonista o aderezo. Se come bien y la sensación que da es que los productos son frescos y de calidad. Pero, a diferencia de los muchos restaurantes orientales que hay en Barcelona, en especial los chinos y los chino/japoneses, el Indochine no es barato. Comer a la carta puede salir entre 50 y 60 euros por persona. Además, existen también varios menús, como uno largo, de unos 75 euros por persona si no recuerdo mal, y uno corto, de 45 euros.

El servicio es amable y el propietario, Ly Leap, suele pasar por la mesas para preguntar si te ha gustado la comida o para aconsejar lo que pedir.

De todos modos, y a pesar de la fascinación que me produce el local, no puedo dejar de incluir aquí la opinión de mi acompañante, con quien siempre coincido en la valoración de los restaurantes excepto en este caso. Desde su punto de vista, la estética del restaurante resulta artificialmente exótica y tiene un mantenimiento algo deficiente. Y quizá lo más importante: la comida, aun siendo buena, no compensa el precio que se paga por ella. Yo no puedo rebatir su percepción porque creo que, en parte, tiene razón. Pero, a pesar de todo, pienso que vale la pena ir al Indochine al menos una vez. Para mí es como trasladarse a Birmania, a Vietnam o a Tailandia, como comer en un restaurante caro de allí, donde nada es perfecto pero todo es atrayente. Puede que sea una horterada algo pija y snob, pero no puedo evitar sentir simpatía por el Indochine de Muntaner, aunque sólo sea por la locura que supone cumplir la fantasía de montar un restaurante como este.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Fonda Sala, la mejor becada

Fonda Sala
Plaça Major, 17
08516 Olost de Lluçanès
Tel. 34 93-888.01.06

La Fonda Sala era, hasta hace unos años, un restaurante relativamente poco conocido, aunque el boca oreja había conseguido que cada vez más gente acudiese a Olost, un pequeño municipio del Lluçanès, para degustar los exquisitos platos que cocinaba Toni Sala y servía su mujer Aurora. Hoy ambos continúan en su puesto, ahora ayudados por sus dos hijos (uno en la cocina y otro en las mesas) y ya son muchos los que recorren la carretera de curvas que lleva hasta allí, atraídos no sólo por la calidad de su comida sino también por la fama que genera haber recibido una estrella Michelin.

El local tiene una particularidad que comparte con algunos otros restaurantes de calidad como el Aligué de Manresa: posee un espacio para comensales de menú que pueden disfrutar de una comida casera tradicional de buena calidad y a muy buen precio, y, al mismo tiempo, dispone de un comedor de carta, en el que los platos son más sofisticados y elaborados y, por supuesto, mucho más caros. Ambos espacios están decorados de acuerdo con la diferencia que los caracteriza, pero los dos son igualmente acogedores. Y, en todo caso, se complementan, aunque, por supuesto, el tipo de clientela no es el mismo en uno que en otro.

La carta, basada en la cocina catalana, con un notable toque de autor, se renueva casi cada estación, aprovechando los productos de temporada. Y, si tengo que elegir una, me quedo con el otoño y el inicio del invierno. Por supuesto, si el clima lo permite las setas son entonces protagonistas, aunque si la temporada no es buena te puedes llevar un chasco y no encontrar casi ni una en la carta porque, y esto se agradece, no se dedican a traerlas de donde sea. No en vano el Lluçanès es una comarca de gran tradición boletaire, de modo que, si los proveedores habituales del restaurante no encuentran setas, en la Fonda Sala tampoco las habrá.

Pero no sólo las setas son el plato fuerte del otoño; también lo es la caza. Aquí es donde uno puede encontrar platos realmente destacables, como la liebre y el corzo, e incluso el civet de jabalí, aunque en alguna ocasión que lo comí estaba un poco seco. Pero por encima de todo está la becada. De temporada cortísima, a veces es una lotería encontrarla en la carta, pero vale la pena, aunque sea llamando antes para preguntar si tienen. Si la becada del Can Fabes de Sant Celoni es excelente, y la del Motel de Figueres resulta extraordinaria, la de la Fonda Sala es insuperable. Esa es mi opinión, discutible como todas, pero es lo que pienso.

Hay un montón de platos más que valen el viaje a Olost, en cualquier época del año, y los postres también son muy apetitosos. Y no hay que olvidar la carta de vinos, muy completa, conservada en una bodega en muy buenas condiciones y seleccionada con mucho gusto.

Bueno, ya sé que todo esto parece la monda. Pero tiene una pega. A lo largo de los años, la calidad de la comida de la Fonda Sala no ha cambiado. Siempre ha sido excelente, los platos se notan cocinados con mucha dedicación y se degustan con gran placer, y, si han evolucionado, ha sido para mejor. La atención de Aurora no tiene rival y Toni Sala es un tipo muy normal, nada engreído, a diferencia de otros grandes cocineros. Pero algo ha cambiado desde hace relativamente poco: los precios. En un par de años, el precio que se paga por comensal se ha disparado de forma notable. Y no hablo ya del menú de degustación que, en temporada, la Fonda Sala dedica a la trufa, que es prohibitivo. Una comida normal, sin platos especialmente costosos (dejando a parte la becada, que sí lo es), incluidos un vino de calidad media y postres, pero no copas, se dispara fácilmente hasta los 80 euros por persona, cosa que hasta hace poco era impensable. Quizá se trate de aprovechar el tirón de la estrella Michelin o la fama que el restaurante ha ido adquiriendo con el tiempo, pero el caso es que, ahora mismo, hay que disponer de un presupuesto bastante holgado para comer en Olost. Una lástima, porque eso, al menos a mí, me obliga a espaciar las visitas a uno de los mejores restaurantes en los que he comido.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Tornassol, cenas tranquilas en Gràcia

Tornassol
c/ Torrent de les flors, 53
08024 Barcelona
Tel. 34 93-213.10.18

A diferencia de la mayoría de los restaurantes de los que hablo aquí, a los que suelo ir a comer los fines de semana, el Tornassol es un local del barrio de Gràcia al que sólo he ido a cenar. Mis impresiones son, pues, de tipo nocturno. El recuerdo es diferente, y uno no suele buscar lo mismo en una cena que en una comida.

El Tornassol ocupa el espacio de una antigua bodega, y algo de ella ha conservado: columnas, techos altos y espacios amplios. Tiene dos comedores, uno al fondo, para no fumadores y donde a menudo se ofrecen actuaciones de música en directo; y otro al inicio, junto a una barra de bar, con permiso para fumar y, desde luego, más silencioso. Es fácil imaginar qué espacio prefiero, pero no se trata sólo del tabaco. El espacio para fumadores es tranquilo, ideal para una cena lenta y conversada. Además, el local acompaña a la confidencia, con sus paredes oscuras y su ambiente acogedor.

Hace un par de años no era un restaurante barato (tampoco de los más caros), pero supongo que los tiempos de crisis han hecho mella en la clientela, y el Tornassol ha intentado adaptarse a ellos bajando precios y simplificando algo los platos. Sin embargo, esto no significa que se coma peor. Aunque más sencilla, su carta, que nunca ha sido muy larga pero sí suficiente, continúa ofreciendo buenos productos, cocinados con esmero, y mantiene una calidad que destaca entre la mayoría de restaurantes de la zona. Las croquetas, el sashimi de atún, el tempura de verduras... son algunos de los platos que recuerdo con gusto, aunque hay más, desde luego, capaces de completar una buena cena.

Con un precio entre los 25 y los 35 euros por persona (el vino influye, claro), el Tornassol es una buena opción para cenar con algunos amigos o en pareja, sobre todo si se quiere disfrutar de una velada tranquila y sin sobresaltos gastronómicos. Y eso es más de lo que se puede decir de muchos otros restaurantes del barrio.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Le Quattro Stagioni, alta cocina italiana

Le Quattro Stagioni
c/ Doctor Roux, 37
08017 Barcelona
Tel. 34 93-205.22.79

Creo que descubrí este restaurante, hace años, en una comida de empresa; una situación peligrosa para la memoria gastronómica. Pero la empresa era (es) pequeña, y todos los que estábamos sentados a la mesa nos considerábamos amigos. El ambiente relajado permitió que saboreáramos con tranquilidad y buen humor los platos que nos fueron presentando, y gracias a ello guardé un buen recuerdo del lugar. Desde entonces he regresado en varias ocasiones y nunca me ha decepcionado.

Le Quattro Stagioni está en una de las zonas más pijas de uno de los barrios más pijos de Barcelona, Sarrià. Ocupa una pequeña torre, y ha conservado ese aire íntimo y luminoso de lo que un día debieron de ser salones, salas y habitaciones. También tiene un jardincito, ideal para cenar en verano. Es el lugar perfecto para una cena romántica, aunque yo casi siempre he ido allí para comer en fin de semana.

A pesar de su nombre, las pizzas no son las protagonistas de Le Quattro Stagioni. Pero hace honor a su denominación gracias a los cambios estacionales de la carta, en la que los productos de temporada típicos de Catalunya se combinan con recetas de alta cocina italiana de gran creatividad. El resultado son un buen puñado de platos exquisitos que varían de una estación a otra sin solución de continuidad.

Esa variedad hace casi imposible destacar una especialidad u otra. Ensaladas, pastas, risottos, carpaccios, carne e incluso pescado, todo está elaborado con productos de primera calidad y con un amor por la cocina que se transmite al plato del comensal. La carta es generosa y hace que planees volver pronto para probar lo que en esa ocasión te has perdido. Ahora, en otoño, es una magnífica oportunidad para ir a comer allí, ya que muchos de los platos que ofrecen incluyen setas en su elaboración, y resultan riquísimos.

La carta de vinos es muy correcta, pero los postres suelen estar algo descompensados, no porque no sean buenos, que lo son, sino por la reiteración de sus ingredientes. Por ejemplo, la última vez que fuimos a comer allí, la mitad de ellos estaban elaborados con chocolate, y la otra mitad, con fruta. El café, por supuesto, es excelente, y tienen una gran variedad de grappas para los que les guste acabar la comida con un buen digestivo.

El servicio es atento y muy profesional, hay zona de fumadores y conviene reservar mesa con antelación. El precio por persona ronda los 50 euros. Sí, es de esos restaurantes que mis hermanas consideran prohibitivos, pero vale la pena.